La palabra fracaso ha
tenido a lo largo de la historia una connotación negativa debido a los
sentimientos de preocupación, pena y ansiedad que provoca entre la gente que lo
ha experimentado. Debido a esto, poca gente se cuestiona la importancia
que tiene el fracaso en el desarrollo de las personas, las empresas y la
sociedad en general. Pero seamos
honestos, donde estaríamos sin el
fracaso y el éxito subsecuente al que nos puede llevar? Muchos de los
grandes avances científicos y tecnológicos fueron desarrollados mediante largos
periodos de prueba y error y fueron posibles por el constante deseo de las personas de aprender de sus errores. Los bebes aprenden a gatear y luego a caminar
mediante un proceso que logra transformar los constantes fracasos en éxito. Sus caídas nunca han sido vistas como un
fracaso sino como un proceso normal de su crecimiento y desarrollo. Entonces, a partir de cuándo nos olvidamos de
esto? Porque conforme vamos creciendo nos volvemos tan obsesivos con evitar el
fracaso?
De acuerdo a estudios
realizados por la psicóloga Carol Dweck en la Universidad de Stanford,
pareciera que hemos estado enviando el mensaje equivocado a nuestros hijos en relación
a este tema, y mucho de esto proviene del diseño del sistema educativo
actual. Dweck ha pasado décadas
demostrando como la habilidad de
aprender de nuestros errores y fracasos es un ingrediente crucial para la
educación. Comúnmente, los profesores suelen motivar a sus estudiantes
resaltando su “inteligencia innata”; pero muy pocas veces los estudiantes son
reconocidos por su constante esfuerzo.
Uno de los estudios más relevantes realizados por la psicóloga se llevo
a cabo en 12 diferentes escuelas de New York e involucró a más de 400 alumnos
de quinto grado. Los estudiantes fueron
sacados de sus clases y se les entregó un fácil examen de secuencias no
verbales. Luego de que los alumnos
terminaban, los investigadores les entregaban la nota y les daban una frase de
retroalimentación. La mitad recibió un reconocimiento verbal por su
inteligencia, mediante la frase “eres bastante habilidoso para esto” y la otra
mitad fue reconocida por su esfuerzo mediante la frase “tienes que haberte esforzado
mucho para obtener este resultado”.
Luego de haber finalizado el primer ejercicio, los estudiantes tenían
que seleccionar entre dos exámenes subsecuentes. El primero fue descrito por los
investigadores como difícil, pero se les dijo a los niños que aprenderían
bastante si lo tomaban. La otra opción
era un examen fácil, similar al primero que habían realizado. Del grupo de niños que fue reconocido por su
esfuerzo, el 90% seleccionó el examen más difícil. Sin embargo, del grupo que fue reconocido por
su inteligencia, la gran mayoría seleccionó la opción más fácil. Como conclusión, cuando reconocemos a los niños por su inteligencia, les enviamos el
mensaje que deben evitar todo tipo de errores que puedan dañar su imagen de
“inteligentes”.
En otro experimento, Dweck
demostró como este miedo al fracaso
estaba afectando negativamente el aprendizaje. Esta vez, les proporcionó a este mismo grupo
de alumnos otro examen. Esta vez, el
examen fue diseñado para ser extremadamente difícil para su edad; con el fin de
analizar como los estudiantes responderían al reto. Los estudiantes que fueron reconocidos por su
esfuerzo, trabajaron arduamente para descifrar los ejercicios; mientras que los
“inteligentes” se desmotivaron fácilmente pensando que tal vez no eran tan
sobresalientes como les habían dicho.
Luego de terminar este difícil examen, los dos grupos de estudiantes
tenían que escoger entre revisar los exámenes de alumnos con resultados
inferiores a ellos, o revisar los exámenes de alumnos que los habían
superado. La gran mayoría de “inteligentes” seleccionaron compararse con
estudiantes que les había ido peor que a ellos, como un mecanismo inconsciente
de mejorar su autoestima.
Contrariamente, los “esforzados” prefirieron revisar los exámenes de
quienes los habían superado, con el fin de comprender sus errores y aprender de
los mismos. El último examen
tenía el mismo nivel de dificultad que el primero, sin embargo, el grupo de
estudiantes reconocidos por su esfuerzo mejoró significativamente, incrementado
sus resultados en un 30% en promedio. Su
habilidad para desafiarse, aún cuando esto significará fracasar al principio,
le brindó al grupo de “esforzados” un mecanismo de superación. Contrariamente, las notas finales de los
“inteligentes” disminuyeron un -20% en promedio. La sensación de fracaso para este grupo fue
tan desalentadora que sus resultados empeoraron. El
hecho de reconocer a los estudiantes por su inteligencia, va en contra del
proceso educativo, ya que evita que los estudiantes participen en la actividad
más relevante del aprendizaje: el aprender de los errores. Nuestra responsabilidad
como padres y formadores no es la de aislar a los niños del fracaso,
sino más bien de brindarles las
herramientas necesarias para aprender de sus errores y hacerles comprender que
el fracaso es solo un componente necesario para el éxito.
Muchas de las lecciones
aprendidas en estos estudios pueden ser aplicadas también al mundo
empresarial. Cuando detectamos una
oportunidad de mercado, muchas veces el miedo al fracaso nos lleva a tratar de
minimizar todos los riesgos mediante análisis exhaustivos, sin darnos cuenta
que el mayor riesgo es no hacer nada, o hacerlo de manera tardía. Con el acelerado ritmo de las innovaciones,
lo que hoy se visualiza como una oportunidad dentro de seis meses ya no lo
es. Generalmente, es más importante la
entrada a un mercado con un producto regular pero con un “timing” correcto, que
la entrada al mercado con un producto superior y a destiempo. El miedo a fracasar nos lleva a “jugar a la
segura”, evitando aprovechar los mejores márgenes que se generan en la etapa
incipiente de un producto o una industria.
Si entramos ya cuando un producto se ha masificado, la captura de
participación no solo se vuelve más complicada sino más costosa. El fracaso se tiene que convertir en pieza
fundamental de la innovación en las empresas e incluso se debería promover en
vez de castigar. Que hubiera sido del
Ipod sin el fracaso previo de productos como el Newton? Como sería Windows 7
sin las lecciones aprendidas del fracasado Windows Vista?
Creo que ha llegado el momento de cambiar la frase “el
fracaso no es una opción” por “el fracaso es una necesidad”.
Excelente aporte, me ayuda a conocer más sobre como se lleva a cabo la gestión de reputación online exitosa, aprendiendo de los errores de otros
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